El
primer paso, en general, suele ser un examen neurológico en el cual
se realizan al paciente una serie de pruebas para testar sus
propiedades psicomotrices, vista, fuerza y audición. Cualquier
anormalidad podría ser considerada como indicio de tumor y, por lo
tanto, se procedería a llevar a cabo más pruebas diagnósticas.
Así,
el siguiente paso serían las pruebas por imágenes. Muchas veces con
una RM (funcional, por perfusión o espectroscópica) ya se puede
diagnosticar el tumor. En otras ocasiones puede ser necesario un TAC (ver imagen),
un TEP con metionina o FDG, o una angiografía. Generalmente se
emplean medios de contraste como el gadolinio para el RMo el yodo
para el TAC.
Es
normal que con una RM sea suficiente, pero con esta prueba no vemos
tan bien las estructuras óseas alteradas o las hemorragias
hiperagudas como en un TAC. Además la RM presenta incompatibilidades
para pacientes con marcapasos o prótesis. Aunque, por otra parte, la
RM ofrece muy buena calidad para observar los tejidos blandos. Así
que la decisión de optar por una vía u otra, quedará a
entendimiento entre el paciente y el facultativo.
Finalmente,
el diagnóstico definitivo se realiza por biopsia. Ésta se puede
hacer a través de una cirugía, craneotomía, o introduciendo una
pequeña aguja en un pequeño orificio en el cráneo, con una cámara
guiada por RM o TAC en lo que se conoce como biopsia estereotáxica
(menos invasiva). En el laboratorio se analiza el tejido para
reconocer marcadores tumorales como: mutaciones en el gen IDH1 e
IDH2, codeleciones cromosómicas 1p19q y metilaciones del promotor
MGMT.
Otras
técnicas son el análisis de plasma y sangre, la punción lumbar y
el análisis de orina.
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